Perdí todos mis fichas y aún sonreí

Solía pensar que cada giro era una apuesta. Ahora sé que es una meditación. Anoche, tras perder 300 dólares en una tragaperra egipcia, no me enfadé. Solo me senté, audífono puesto, ojos cerrados—dejé que el viento digital de los giros gratuitos me atravesara como polvo en un sendero antiguo. Sin bonificación. Sin trampas. Solo quietud: stillness. Crecí en Brooklyn con un padre irlandés que me enseñó paciencia y una madre negra que me enseñó presencia. No teníamos dinero para los casinos, pero teníamos historias: de jazz a medianoche, de rincones silenciosos donde vive el significado entre victorias.